Es
bueno tomar conocimiento de lo que ocurre con un piloto que
se sienta en un auto de Fórmula 1. Es más atrayente la cosa
todavía, cuando las ciencias se ocupan de todas esas alternativas.
Jacques Villeneuve en Melbourne, Australia, estuvo a punto de
desintegrarse exactamente igual que su BAR. A Villeneuve lo
salvó la "célula de supervivencia", que permaneció íntegra.
En los 80's, sin ir más atrás, esto hubiera sido luctuoso.
Otro común denominador es la exigencia física, que tiene sus
matices, porque los corredores más "ricos" disponen de su médico
personal, dietista, profesor de educación física y hasta de
su propio masajista. Todos los corredores, salvo muy contadas
excepciones, se orientan por las mismas experiencias: una vida
muy austera, la práctica de deportes oxigenantes, la inclinación
por el silencio (golf, náutica, aeróbics, tenis en lugares
apartados y muy poco o ningún tabaco, (aunque éste haya impulsado
mucho al deporte motor).
Con el físico no se puede jugar. Cada día que pasa, los pilotos
son más jóvenes, llegan mejor preparados (Jenson Button, Kimi
Raikkonen). Y como el que encara este tipo de exigencias es
un ser humano, la ciencia revisa de cuando en cuando a estos
profesionales que nos muestran cómo reaccionan sus cuerpos ante
el llamado de la velocidad.
Se trata de correr hasta desafiar las leyes físicas, soportando
esfuerzos notables. Viniendo a demostrarse que la maravillosa
máquina, que es el cuerpo humano, puede soportar hasta lo insoportable.
O casi.
En un estudio a fondo, se pormenoriza que no cualquiera puede
resistir cerca de 2 horas en una pista, corriendo a promedios
que superan los 300 km por hora, con una temperatura que en
ocasiones desborda los 50 ° centígrados.
Se eligió una pista, Hockenheim, en Alemania: "En donde los
motores van a fondo durante más del 70% de la carrera y las
vibraciones máximas desgastan los músculos". Se encontró que
las bajas frecuencias hacen vibrar los huesos, mientras que
las medianas hacen entrar en resonancia a la laringe y las retinas.
Y - sorpresa - un motor de diez cilindros hace toser al corredor,
mientras que el de ocho cilindros podía hacerlo bizquear...
los ojos son la última señal de alerta que se enciende en el
tablero humano, es decir, se nubla la vista. En ese momento,
el cerebro del corredor está saturado de ruido (del motor) y
de fatiga. Entonces el piloto descarga más adrenalina, un mecanismo
de defensa que recurre al glucógeno, sustancia que se transforma
en glucosa sanguínea para responder a las solicitudes de los
músculos cansados.
Pero
la adrenalina, a su vez, afecta el ritmo cardíaco que aumenta
y termina por producir más fatiga. Un circuito infernal en el
que no hay otra escapatoria, y que termina sólo con el fin de
la carrera. Llegar, abandonar el coche y escapar del autódromo.
Y cuando no se tiene la condición física adecuada, sobrecargados
de esfuerzo, gastados, consumidos, tienen que dejar pasar algún
tiempo antes de poderse bajar del auto para recomponerse. Es
que una vez más, fueron casi más allá de sus propios límites.
Es el costo del salario que se gana con la velocidad de la gloria.
El "reloj interno" del cuerpo del piloto se descompone, progresivamente,
de la siguiente manera:
5 minutos antes de la arrancada, aparece un leve sudor
en la frente. Mientras el corredor gira en la vuelta previa,
(señal de stress psicológico), que incentiva la transpiración.
Arrancada: el corazón también se acelera. Cuando el semáforo
rojo se apaga, el ritmo cardiaco llega a los 135 latidos por
minuto. El aumento de esta cifra se debe únicamente al stress.
Todavía no completó 30 metros de carrera (la primera acelerada)
y el corazón ya está en los 160 latidos.
Primeros 15 minutos: pesan los brazos. Es que el auto,
con la carga completa de combustible, se siente pesado y lento.
Las aceleraciones laterales pasan de los 2 a los 3G. A medida
que la máquina se vacía de combustible, se aligera. La velocidad
es mayor y también mayores los G. Se comienza a sentir una fatiga
en el cuello, del costado derecho (más frecuentemente, según
sea el sentido de marcha del circuito) y también en los antebrazos.
De los 16 a los 30 minutos, aparecen problemas de deshidratación.
Hay pilotos que en 20 minutos terminan con el contenido de la
cantimplora que llevan a bordo. La temperatura del cuerpo aumenta
hasta los 38.5 °C (cuando el piloto no puede regular naturalmente
el calor, lo acumula).
De los 31 a los 45 minutos, los odios zumban. Un motor
de diez cilindros ruge a 140 decibeles (la legislación laboral
europea sólo permite 85). El piloto apenas recibe los mensajes
que llegan por radio. En la alta frecuencia se puede generar
oititis.
De los 46 a los 60 minutos, arde un talón. En cada frenada,
el piloto oprime con fuerza el pedal. En determinado momento,
la acción del pie derecho a empieza a producir el dolor, sobre
todo el talón de la pierna que el piloto apoya para desplazar
el pie entre la acelerador y el freno, (o también si hace punta-talón).
No tanto si frena con el pie izquierdo, como Michael Schumacher.
De los 61 a los 75 minutos, las piernas son más lentas.
Con el cansancio, sobrevienen los calambres. Antes, se resentía
brazo derecho con tantos cambios de velocidad, ahora son semi-automáticos.
De los 76 a los 90 minutos, los neumáticos se consumen.
Empiezan las vibraciones que castigan con resonancias a la retina.
La visión, ya estimulada al máximo, pues el piloto va con los
ojos bien abiertos, a veces se nublan. Los músculos externos
se han debilitado. La visión se hace confusa entre tanto color.
A partir del minuto 91, el azúcar manda en la sangre.
Y es que durante casi 2 horas, el piloto descargó una cantidad
notable de adrenalina, para irrigar las células cerebrales,
el piloto ya liberó tanta glucosa que hay quienes concluyen
un Gran premio con un nivel de azúcar cercano a los valores
propios de un diabético.
Hay que fijarse como los pilotos - atletas como Michael Schumacher
o en su tiempo Ayrton Senna, se bajan del auto sin una gota
de sudor, debido a la extraordinaria preparación física y autocontrol.
Después de la carrera. Pero, sin duda, la lesión más
grave y permanente que los pilotos de Fórmula 1 enfrentan es
en la columna vertebral, debido a la casi nula suspensión del
auto, lo que hace que el aplastamiento de los discos intervertebrales
y cervicales sea mayúsculo y además acumulativo. Esto sin mencionar
el "tirón" en las cervicales que se puede sufrir en un accidente,
para la cual se ha implementado en el "HANS" (Head and Neck
Support).