La semana
que terminó fue ingrata, trajo la noticia de la muerte
de Gian Claudio Regazzoni, más conocido como Clay,
piloto suizo que alcanzó la fama con Ferrari, donde
fue subcampeón mundial en 1974, batido apenas en la
última carrera por un incomparable Emerson Fittipaldi,
en ese entonces el bicampeón más joven de la
historia, récord que le duró hasta este año,
pues Alonso se lo acaba de romper.
Yo conocí a Clay brevemente cuando vino a la Panamericana
y manejó para un equipo italiano. Ya para entonces
estaba parapléjico pues perdió el uso de las
piernas tras un accidente en Long Beach en1980 cuando corría
para el equipo Ensign, de Mo Nunn, el mismo para el cual corría
Alex Zanardi cuando tuvo el accidente que le quitó
el uso de las piernas en 2001 en Alemania, aunque entonces
estaba en CART y se llamaba Mo Nunn Racing. Las coincidencias
son interesantes y creo que Clay merece más respeto
que el que se le dio en su tiempo.
Clay había sido el piloto del apellido italiano que
devolvió el lustre a Ferrari en 1970 con Ignazio Giunti,
quien murió en Buenos Aires en 1971, tras el liderato
del belga Ickx, otro gran piloto, pero de apellido extranjero.
Además Clay era latino en su comportamiento, tomaba
vino con gusto, perseguía (y atrapaba) mujeres con
seductor encanto, y corría autos veloces como el que
más. Fue uno de los mejores pilotos de principios de
la década y también el dio la primera victoria
a Williams en 1979, cuando Alan Jones sufrió una pinchadura
y el suizo de cantón italiano estaba listo para tomar
la punta que dejaba el coequipero.
Pero en 1980 se fue a Ensign con buen paquete financiero ya
que Jones quería alguien menos competitivo a su lado.
Sin embargo, en Long Beach, al final de la larga recta, el
pedal del freno, de una aleación nueva, se rompió
al pisarlo tras varias vueltas de frenada a fondo, y Clay
se impactó a más de 200 kilómetros por
hora contra la barrera de concreto, tras poner el motor en
velocidad y apagarlo para disminuir un poco la velocidad,
pero se llevó el bloque de concreto como un metro para
atrás y el chasis quedó reducido a una cuarta
parte de su tamaño. Las asistencias estuvieron prontas,
pero el golpe fue demasiado duro y una vértebra cedió
y lo dejó paralizado de la cintura para abajo.
Años después le pregunté a Mo acerca
de muchas cosas y entre ellas le recordé Long Beach.
Se le nubló un poco la vista, y me contestó:
“Clay era un gran piloto, uno de los mejores que he
tenido; algo nos falló en el auto y todavía
estoy apenado por eso. No lo merecía. Estaba lleno
d e vida y estoy seguro que nos hubiera dado el primer triunfo
y quizás las cosas hubieran cambiado”. Cambiamos
el tema y el recuerdo quedó ahí.
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Clay
nunca se rindió ni dejó de llevar una vida normal;
incluso vino a competir en La Carrera Panamericana, versión
rally vintage, y conducía un auto con controles automáticos
que aceleraba y frenaba con mandos al volante; manejaba mucho
mejor que la mayoría de lo que nosotros podemos soñar,
y eso que no tenía uso de las piernas. Seguía
siendo un tipo simpático, extrovertido, y seguía
correteando muchachas, pues como le dijo a uno, que seguramente
esperaba verlo tranquilo en la silla de ruedas: “Todavía
tengo manos” y ya no les digo de otras partes del cuerpo…
Tuvo algunos
accidentes, no por falta de pericia, sino por exceso de velocidad
a las condiciones, y finalmente, murió en un auto,
en otro accidente la semana pasada. Pero así le hubiera
gustado morir, él no era hombre de esperar en la cama
a enfrentar el destino.
Yo platiqué brevemente con él, para preguntarle
acerca de Pedro Rodríguez y de la famosa carrera en
Austria en 1971, cuando Pedro se quitó tres vueltas
perdidas en los fosos en su Porsche 917 y lo había
alcanzado para ponerse en la vuelta del Ferrari 312PB que
compartía el suizo con Ickx, y quedaba suficiente tiempo
para poderle arrebatar la victoria. Pedro ya no tuvo necesidad,
pues algo falló en el Ferrari y lo mandó contra
la barrera y Pedro obtuvo su triunfo final y su segundo campeonato
de pilotos en prototipos en 1971. Clay recordó aquella
carrera y me dijo: “Quizás me hubiera alcanzado”,
pero no elaboró en la respuesta, callado por primera
vez en mucho rato. Luego comentaría: “Pedro era
grande y dicen que su hermano era mejor todavía. En
Ferrari los respetábamos mucho a ambos”. No dijo
más, hubo otros que llegaron a pedir autógrafos
y pronto la parada de descanso se acabó y la carrera
siguió.
Hoy, lamentablemente en tiempo pasado, puedo parafrasearlo:
“Clay era un grande, en Ferrari y en el mundo automotor
lo respetábamos mucho…”. Descansa en paz
amigo.
© CEJV/SHRAC 2006
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