El fin
de semana pasado en el circuito y óvalo de Homestead,
a unos cuantos kilómetros al sur de Miami, se dio el
fin de semana final de la NASCAR y se coronaron los campeones
de las tres series principales del espectáculo automotriz
estadounidense: Kevin Harvick obtuvo su segunda corona en
la Busch y Jimmie Johnson fue el novel ganador en la Copa
Nextel, mientras uno de los veteranos hermanos Labonte se
llevo los honores en las camionetas.
Hubo una participación más que discreta de los
pilotos mexicanos, con Michelito, quien con esas actuaciones
tan patéticas nunca se va a quitar el mote o la sombra
de su padre, en las camionetas, y Carlos Contreras y Jorge
Goeters en la Busch.
Mal acaba el año para los mexicanos, pero con todo
y todo, Montoya apenas quedó un sitio adelante del
mejor de ellos en la Busch y al día siguiente debutó
en la Nextel, también con un resultado muy penoso.
Y dirán que por qué es penoso, si corrió
lo mejor que pudo. La respuesta es porque causa pena ver a
un piloto tan dotado como el colombiano arrastrar la reputación
compitiendo contra una bola de pilotos que ni pueden si quieren
saber que significa dar vuelta a la derecha, con unas muy
contadas excepciones.
La aventura de Juan Pablo Montoya por tierras estadounidenses
inició después de su capricho de dejar la F1,
que fue meramente eso, una falta de paciencia para ver que
había en su futuro y un arranque de niño consentido.
Y pensar que yo lo defendía tanto de los ataques de
su volubilidad y demás características, que
yo suponía no eran permanentes, pero veo que estaba
errado (que no herrado, porque eso, los burros).
Tras que DaimlerChrysler le hizo manita de puerco a Ron Dennis
para que lo liberara de su contrato, al fin iba a correr con
un Dodge del equipo de Chip Ganassi, lo hicieron debutar en
la serie ARCA, algo así como una cuarta división
de las subsidiarias de NASCAR, con un podio y luego lo subieron
a la Busch, donde tuvo una sitio entre los 12 mejores y luego
vino el irse para atrás, con el pretexto de que estaba
aprendiendo. Y ahora ya anda en la segunda mitad de la parrilla
y ahí termina, más cerca de la cola que de la
punta, en sus primeros escarceos en la primera división
del espectáculo gringo, que dista mucho de ser de clase
mundial, pues sus pilotos no podrían correr fuera de
esas series, es más ni en una serie como la Fórmula
Renault o la F3 de cualquier país, pues de entrada
tendrían que bajar la pancita chelera que cargan la
mitad de ellos para poder entrar en un esbelto monoplaza.
Pero ahí si da el tipo Juan Pablo, con su figura redondeta
y sus cachetes prominentes que tanto le criticaban en la F1,
donde el estilo semianoréxico es más prevalente
entre los pilotos. Pero claro, si pesa 10 kilos más
en un auto de 500s, pues se nota, mientras que en los dinosaurios
de NASCAR con dos toneladas de lámina, pues ni se aprecian
los chocolates con crema chantilly que desayunas.
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Con sus
resultados en Homestead Juan Pablo ya se dio cuenta que NASCAR
no va a ser la pera en dulce que anticipaba, y debería
estar añorando las comodidades de la vida en la F1,
donde cuando menos tenía algunos amigos, pero ahora
en la serie gringa todos le dan la mano y sacan el puñal
en cuanto toca la pista, y le avientan la lámina, lo
cual no es para espantarlo si se tratara de uno contra uno,
pero ya sabemos que se turnan para aventar lámina y
las carreras de NASCAR son como la doctrina Monroe: “América
para los americanos”. Y no se aceptan más que
gringos en esta definición de americanos.
Lo peor de todo es que hubo una discreta investigación
de Renault, acerca de la disponibilidad del colombiano cuando
se quedaron sin firmar a Kimi Raikkonen y se vieron obligados
a seguir con Fisichella, subir a Heiki Kovalainen y concretar
la firma de Nelsinho Piquet para el tercer asiento del 2007,
lo cual los deja en desventaja de pilotos frente a los otros
equipos de gran envergadura, pese a que disponen del mejor
auto en la parrilla. Montoya en un Renault hubiera sido interesante,
aunque se dice que el equipo técnico no quería
ver su auto maltratado por el subvirante colombiano y se opuso
al sondeo que hizo un directivo del equipo. Lo cierto es que
en un Renault hubiera podido ir por el campeonato y no dedicarse
a jugar a los ovalitos en Norteamérica en 2007, pero
el colombiano no supo esperar y pensó que se iba a
quedar sin asiento bueno en F1 pues leyó mal la retirada
de Schumacher (como muchos otros) y apresuró su decisión.
Su caso me recuerda el de Michel Jourdain Jr., quien se equivocó
en todo, menos en casarse, no levanta y sigue esperanzado
a no sé qué pues es obvio que no da para la
NASCAR, cuando en monoplazas ya tenía un lugar asegurado
y un nombre hecho. Ahora, ni a casco completo llega. Y lo
peor de todo en estos dos casos es la soberbia de decir que
hicieron lo correcto.
En fin, todavía puede haber un final feliz, si la gente
que maneja NASCAR decide que necesitan un Montoya triunfador
y convencen sutilmente a sus pilotos de hacerle la vida posible,
sin dosis excesivas de lámina y sin dejarlo a secar
en cada intento de chuparse el aire del colombiano. No es
muy probable, pero podría darse el caso, además
de que ya le toca a Dodge ganar una después de años
de alternancia de Ford y Chevy en la punta de los constructores
del espectáculo gringo.
Lástima por Montoya, pero uno es el amo de su destino.
© CEJV/SHRAC 2006
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